Tal como refiere la Introducción de “El síndrome del Perfeccionista:El anancástico”, fue detonante para su elaboración uno de los capítulos de “¿Sabes pensar?” (Ediciones Almuzara. Córdoba. 2006), uno de los libros del Dr. Alvarez Romero. Lo copiamos a continuación:
¿Cómo piensa un Anancástico?
Entre los distintos tipos de personalidad hay uno al que cuesta especialmente lograr la actitud de autoperdonarse. Es el que corresponde a la llamada Personalidad Anancástica muy emparentada con el espectro psicopatológico obsesivo. Más adelante la desarrollaremos pues merece la pena, dada la frecuencia de su presentación y los dolorosos desajustes sociofamiliares que ocasiona.
Aunque pretendemos publicar un texto exclusivo sobre la Personalidad Perfeccionista o Anancástica vayan por delante sus rasgos más característicos:
- Perfeccionismo y minuciosidad.
- Hiperresponsabilidad.
- Tendencia al control y la previsión.
- Sentido exacerbado de la justicia.
- Hiperexigencia consigo y con los demás.
- Exagerada atención al qué dirán o pensarán los demás respecto a sí.
- Radicalidad, casi todo es blanco o negro, hay pocos grises en la vida.
- Anticipación ideativa con tendencia a la negatividad.
- Fácil frustración, vivenciando antes lo que falta por hacer que lo ya hecho.
- Etc. Etc.
Pensando en quienes la padecen y con la pretensión de vacunar respecto a las previsibles complicaciones –la ansiedad, la depresión y el desvalimiento –hace unos años escribí un texto en base a unas ideas del libro El Síndrome de Peter Pan de A. Polaino (B-14) que suelo facilitar, en la consulta, a mis pacientes. Lo titulo Conocimiento propio y perdón y resumido viene a decir:
- Es propio del hombre (y de la mujer), ser contingente y cometer errores. Es algo que olvidamos con frecuencia y que nos pasa una elevada factura. Es bueno recordar de continuo la necesidad de pedir perdón, esperarlo, aceptarlo y agradecerlo, y quizá más necesario aún es el saber pedirnos perdón y perdonarnos.
Con la fortaleza y la confianza que proporciona el perdón del propio yo se alcanzan las energías necesarias con las que acometer la próxima batalla que, sin duda alguna, antes o después acontecerá. Y en ella no plantearemos una pelea cuerpo a cuerpo entre el yo y la realidad o entre la persona y sus tendencias o condicionamientos. Más bien se tratará de buscar alianzas con el Otro y los otros para conseguir una fortaleza que, siendo necesaria, no poseemos por nosotros mismos.
- Hay que aprender a actuar serenamente con independencia de los resultados que se obtengan. Más deben importar el esfuerzo y la constancia que pongamos por intentar hacer de sí la mejor persona posible que el logro de unos objetivos concretos.
- Hemos de ser conscientes de las propias limitaciones y capacidades y aspirar al conocimiento propio con la natural desconfianza, pero sin recelos ni despechos.
- Al considerar los propios errores conviene hacerlo en un contexto amplio, sin amordazarlos ni tampoco magnificarlos. Hemos de vivir sin miedo a los posibles errores que pudiéramos cometer en un futuro. Prudentes, pero no timoratos.
- Gran cosa es el conocer la propia indignidad con la paciencia necesaria, sabiendo que de nada sirve lamentarse, juzgarse o tratarse con dureza. No cabe enfurecerse o encolerizarse porque aquello que se había soñado lograr o vencer ha resultado ser una nueva derrota o sencillamente porque se comprueba una vez más que uno tiene errores.
- Gran virtud es la comprensión, la tolerancia y el saber ser indulgente consigo mismo y con los demás. Dejar que emerja, en ocasiones, una cierta compasión respecto de sí no es mala cosa. No es bueno lamentarse, descalificarse, y menos aún con radicalidad y por completo. Independientemente de lo hecho, cada persona, incluido uno mismo, es más digna de amor que de desprecio porque además de lo mucho que tiene de positivo, es única, irrepetible, incognoscible, inabarcable e impredecible.
En este nuevo horizonte veritativo, es donde emerge la serenidad de espíritu que tolera todo siendo indulgente consigo mismo y con los demás, sin por ello dejar de reconocer o disfrazar los errores propios o ajenos. Es decir, esto es estar en verdad, situación que, en palabras de la mística castellana no es otra cosa que lo que se conoce con el término de humildad.
- Comprenderse a sí mismo, incluso en lo que respecta a los propios errores, forzosamente ha de contribuir a adquirir una gran lucidez en relación con las debilidades ajenas, a ser prudentes a la hora de juzgar a los otros, a entretejer el juicio que vaya a hacerse de ellos con los hilos –sutiles pero vigorosos- de la ternura y la prudencia (B-50).
- La conducción del propio yo: constituye una empresa dialógica, dinámica e innovadora. En ella se concitan y conviven, al mismo tiempo, el peso del destino y la conciencia del esfuerzo, la confianza y la desconfianza, la dignidad y la humildad, la Autoestima y desestimación, la lucidez acerca del yo y la opacidad de lo misterioso, la seducción y el rechazo, el sobrevalorarse y el infravalorarse, el amor por el hombre y su desdén, el sobrestimarnos cuando nos infravaloran y el infravalorarnos cuando nos sobrestiman. Y en esta dinámica vital, todos aquellos elementos que parecían ser irreconciliables con el propio yo, acaban por serlo y se alcanza el equilibrio y la homeostasis.
En esa dinámica vital, los valores se convierten en virtudes, en hábitos de comportamiento, en un nuevo estilo vital que optimiza nuestro primitivo talante, ese que ahora queda atrás, ignorante, precario y quizá “patoso” para la vida.
- Y en esa alegre y positiva dinámica, no cabe instalación sino crecimiento en sabiduría, en conocimiento propio y en apertura a la trascendencia que es propia de la naturaleza humana.
- Sea este decálogo profiláctico y curativo del Anancasticismo aunque, con frecuencia, requiere la actuación del profesional de Salud Mental experto y competente que administre la medicación oportuna antiobsesiva y equilibradora junto a la psicoterapia que aporta las actitudes habituales saludables en las respuestas del paciente.
- ¡Cuánto mejora la calidad de vida y la salud de un Anancástico bien atendido! Y corregido o “reconvertido” como suelo decirles en la consulta.