Por Carmen Ruiz. Psicóloga. Córdoba, 16-I-08.
En una carta al director de una publicación reciente, un tal Héctor decía:
“Esta es la historia de un aparato que desbrozó nuestra querida intimidad, acrecentó nuestra factura en casi 30 euros cada mes, hizo que desapareciesen los interminables, inconmensurables y difícilmente renovables listones telefónicos (por fin, alguna cosa buena), nos enseño a dormir permanentemente despiertos, nos quitó la capacidad de hacer algún plan en común (“¡Ya hablaremos!”), nos robó unos cuantos puntos del carné de conducir (“¡Pero si sólo estaba avisando de que llegaba cinco minutos tarde a comer!”), nos hizo esclavos de nuestro trabajo, alargó nuestra jornada laboral hasta alcanzar las 12 horas continuadas y nos hizo llegar con retraso a todas nuestras citas (porque siempre podemos llamar para avisar, ¿no?). Creí que con la llegada del siglo XXI se acabarían todos los problemas de comunicación y, sin embargo, me encontré con la imperiosa necesidad de usar este pequeño aparato cada cinco minutos; en definitiva, un estrés constante causado por mi empeño en estar disponible para todo el mundo las 24 horas del día (el doble de nuestra jornada laboral). ¿Siguen pensando que, de verdad, el teléfono móvil ha mejorado nuestra calidad de vida?”
La contestación a esta pregunta, tiene diferentes y variados matices, dependiendo de quién es la persona que tiene el móvil en sus manos.
Como psicóloga, he observado en la descripción de Héctor, las características típicas de los patrones de conducta anancástica. El síndrome del perfeccionismo o anacasticismo, presenta marcas de identidad propias como son la hiperresponsabilidad, minuciosidad, tendencia al control, hiperexigencia consigo mismo y los demás, radicalidad, inflexibilidad y fácil frustración, que se hacen patentes en el afán de la persona por contestar en todo momento, a la persona que está al otro lado. Es imposible ignorarlo, y muy necesario estar disponible siempre, generando, cada vez, más ansiedad.
Se convierte en una idea recurrente, el pensar y estar pendiente del teléfono móvil, he ahí la obsesividad típica del anacástico o perfeccionista: no puede haber ningún error en lo que hace, y por supuesto, no atender las llamadas que pueda recibir, es algo que no se puede permitir si quiere aspirar a la perfección; mejor aún, a la idea subjetiva que tiene de la perfección. Como se puede advertir, existe una gran rigidez en este comportamiento, que lejos de facilitar la vida con las nuevas comunicaciones, añade un nuevo conflicto.
Es esta obsesión por poder controlarlo todo, expresada, en este caso, en el manejo y gestión del teléfono móvil, la que genera angustia y sufrimiento por la frustración que supone no llegar a lo que la persona estima adecuado.
Esta sobrecarga, implica, en la mayoría de las ocasiones, alteraciones psicosomáticas debidas a la pérdida de equilibrio en su sistema emocional; y cuadros depresivos que pueden llegar a ser vividos con más dolor y convertirse en crónicos, dadas las características típicas de los perfeccionistas.
Por tanto, en respuesta a la pregunta que antes comentábamos, quizá no es un instrumento positivo para el anancástico, sino, más bien, una nueva fuente de problemas. El autoconocimiento es fundamental, en este caso, para determinar cuál puede ser su uso en una persona con este tipo de personalidad.