El móvil de un perfeccionista

Por Carmen Ruiz. Psicóloga. Córdoba, 16-I-08.

En una carta al director de una publicación reciente, un tal Héctor decía:

“Esta es la historia de un aparato que desbrozó nuestra querida intimidad, acrecentó nuestra factura en casi 30 euros cada mes, hizo que desapareciesen los interminables, inconmensurables y difícilmente renovables listones telefónicos (por fin, alguna cosa buena), nos enseño a dormir permanentemente despiertos, nos quitó la capacidad de hacer algún plan en común (“¡Ya hablaremos!”), nos robó unos cuantos puntos del carné de conducir (“¡Pero si sólo estaba avisando de que llegaba cinco minutos tarde a comer!”), nos hizo esclavos de nuestro trabajo, alargó nuestra jornada laboral hasta alcanzar las 12 horas continuadas y nos hizo llegar con retraso a todas nuestras citas (porque siempre podemos llamar para avisar, ¿no?). Creí que con la llegada del siglo XXI se acabarían todos los problemas de comunicación y, sin embargo, me encontré con la imperiosa necesidad de usar este pequeño aparato cada cinco minutos; en definitiva, un estrés constante causado por mi empeño en estar disponible para todo el mundo las 24 horas del día (el doble de nuestra jornada laboral). ¿Siguen pensando que, de verdad, el teléfono móvil ha mejorado nuestra calidad de vida?”

La contestación a esta pregunta, tiene diferentes y variados matices, dependiendo de quién es la persona que tiene el móvil en sus manos.

Como psicóloga, he observado en la descripción de Héctor, las características típicas de los patrones de conducta anancástica. El síndrome del perfeccionismo o anacasticismo, presenta marcas de identidad propias como son la hiperresponsabilidad, minuciosidad, tendencia al control, hiperexigencia consigo mismo y los demás, radicalidad, inflexibilidad y fácil frustración, que se hacen patentes en el afán de la persona por contestar en todo momento, a la persona que está al otro lado. Es imposible ignorarlo, y muy necesario estar disponible siempre, generando, cada vez, más ansiedad.

Se convierte en una idea recurrente, el pensar y estar pendiente del teléfono móvil, he ahí la obsesividad típica del anacástico o perfeccionista: no puede haber ningún error en lo que hace, y por supuesto, no atender las llamadas que pueda recibir, es algo que no se puede permitir si quiere aspirar a la perfección; mejor aún, a la idea subjetiva que tiene de la perfección. Como se puede advertir, existe una gran rigidez en este comportamiento, que lejos de facilitar la vida con las nuevas comunicaciones, añade un nuevo conflicto.

Es esta obsesión por poder controlarlo todo, expresada, en este caso, en el manejo y gestión del teléfono móvil, la que genera angustia y sufrimiento por la frustración que supone no llegar a lo que la persona estima adecuado.

Esta sobrecarga, implica, en la mayoría de las ocasiones, alteraciones psicosomáticas debidas a la pérdida de equilibrio en su sistema emocional; y cuadros depresivos que pueden llegar a ser vividos con más dolor y convertirse en crónicos, dadas las características típicas de los perfeccionistas.

Por tanto, en respuesta a la pregunta que antes comentábamos, quizá no es un instrumento positivo para el anancástico, sino, más bien, una nueva fuente de problemas. El autoconocimiento es fundamental, en este caso, para determinar cuál puede ser su uso en una persona con este tipo de personalidad.

Los anancásticos

Por Bernardo Perea Morales. Catedrático Jubilado de Griego

No leía yo un libro de temas médicos desde el año 1944. Nada extraño: mi oficio era enseñar Griego y cultura griega. En aquél libro –“Hojas del archivo de un cirujano”, de Harpole, encontré un caso que atrajo especialmente mi atención. Un combatiente de la Guerra de1914 había quedado ciego en el frente al explosionar junto a él una bomba, Lo curioso es que no aparecía en sus ojos ningún rastro de lesión anatómica ni funcional. El buen Harpole tuvo una inspiración: reproducir las condiciones que recordaba el “ciego”, a partir de las cuales perdió la visión. A tal efecto, el médico se las arregló para que, en su consulta, pudiera, mediante un solo interruptor, producir una momentánea luminosidad tan intensa que se asemejara a la luz concomitante con la explosión del proyectil y, a la vez, un fuerte estampido similar al de la bomba. Al suceder ambos hechos –luz y ruido- el enfermo se tapó con las manos los ojos. Estaba curado. Era una “ceguera” funcional que demostraba la íntima dependencia entre lo psíquico y lo somático.

Otro caso, este de un amigo septuagenario que caminaba por los sevillanos Jardines de Murillo. Tropezó y cayó al suelo con gran susto de los viandantes que se acercaron a él temerosos de tener que llevarlo a una clínica para que le arreglaran los huesos que se habría roto. No fue así; nuestro amigo se levantó indemne. Lo atribuía a que su sistema nervioso había “recordado” cómo se tiraba al suelo, a los pies del delantero adversario, cuando jugaba de portero en el equipo de fútbol del colegio.
He recordado estos casos al leer un libro escrito por los doctores M.Álvarez Romero y D. García-Villamisar. El libro lleva por título “El Síndrome del Perfeccionista. El Anancástico”. Tal vez haya sido esa palabra –anancástico- la que atrajo mi atención al derivarse del sustantivo griego “ananké” con el que, de una manera general, se designa el detino inevitable, la fuerza del destino, lo que es inevitablemente necesario. Los autores del libro abren la portada con un aserto referido al síndrome que estudian: “Cómo superar un problema tan común como devastador.”

Efectivamente, al adentrarse en la lectura del libro que he citado queda uno impresionado por tres realidades: a) el síndrome analizado se encuentra en multitud de pacientes somáticos, psíquicos o ambas circunstancias a la vez en relación de causa-efecto, siendo conscientes de ello o ignorándolo, pero con una vida mediatizada por el dolor físico o moral; b) que puede encontrarse en cualquier lugar, sin respetar edad, sexo, nivel económico, ambiente cultural, etc; y c), lo más desconcertante, siempre en “perfeccionistas”, gentes que no se conforman con una medianía en su comportamiento, sino que aspiran a hacerlo todo perfectamente y mejor que todos los demás, de cuyo juicio no dejan de estar pendientes. Gentes así incurren en la “manía”, palabra también griega significativa de locura.

Los doctores Álvarez Romero y García Villamisar aducen cientos de casos en demostración de sus tesis. ¿Seremos Vd., lector, y yo que le estoy informando alguno de esos pacientes ignorantes de que lo son? Lo que es cierto es que, al parecer el síndrome del perfeccionista arraiga con facilidad en personas que pretenden ser muy responsables de su conducta y no siguen los viejos consejos que figuraban en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: “Gnothi seautón”= “conócete a ti mismo” y “Medén ágan”=” nada demasiado”, esto es: “Ten conciencia de tus limitaciones, de que eres un ser relativo y no absoluto y “no exageres en tu conducta pretendiendo más de lo que puedes”.

Ya que empecé con anécdotas ajenas, pero no tanto, al libro que comento, preguntaré a sus autores cómo clasificarían al protagonista. Un amigo mío, hace ya muchos años, era funcionario de una empresa estatal, cuya sede central le pedía todos los meses un estadillo tan complicado de conceptos y cifras que era imposible confeccionarlo en el brevísimo plazo que le señalaban para enviarlo. Mi amigo era diligente pero por fuerza -¿por ananké?- lo enviaba perfectamente hecho pero con un mínimo retraso respecto al plazo. Todos los meses recibía una reconvención escrita. Un día se hartó y en el mismo momento de recibir el impreso lo metió en un sobre y, sin poner dato alguno, lo envió a la sede central. Nadie le riñó ni aquel mes ni en los sucesivos que siguió el mismo sistema para cumplir el plazo. ¿Hay “anacásticos” colectivos?

El anancástico

Tal como refiere la Introducción de “El síndrome del Perfeccionista:El anancástico”, fue detonante para su elaboración uno de los capítulos de “¿Sabes pensar?” (Ediciones Almuzara. Córdoba. 2006), uno de los libros del Dr. Alvarez Romero. Lo copiamos a continuación:

¿Cómo piensa un Anancástico?

Entre los distintos tipos de personalidad hay uno al que cuesta especialmente lograr la actitud de autoperdonarse. Es el que corresponde a la llamada Personalidad Anancástica muy emparentada con el espectro psicopatológico obsesivo. Más adelante la desarrollaremos pues merece la pena, dada la frecuencia de su presentación y los dolorosos desajustes sociofamiliares que ocasiona.

Aunque pretendemos publicar un texto exclusivo sobre la Personalidad Perfeccionista o Anancástica vayan por delante sus rasgos más característicos:

  1. Perfeccionismo y minuciosidad.
  2. Hiperresponsabilidad.
  3. Tendencia al control y la previsión.
  4. Sentido exacerbado de la justicia.
  5. Hiperexigencia consigo y con los demás.
  6. Exagerada atención al qué dirán o pensarán los demás respecto a sí.
  7. Radicalidad, casi todo es blanco o negro, hay pocos grises en la vida.
  8. Anticipación ideativa con tendencia a la negatividad.
  9. Fácil frustración, vivenciando antes lo que falta por hacer que lo ya hecho.
  10. Etc. Etc.

Pensando en quienes la padecen y con la pretensión de vacunar respecto a las previsibles complicaciones –la ansiedad, la depresión y el desvalimiento –hace unos años escribí un texto en base a unas ideas del libro El Síndrome de Peter Pan de A. Polaino (B-14) que suelo facilitar, en la consulta, a mis pacientes. Lo titulo Conocimiento propio y perdón y resumido viene a decir:

  1. Es propio del hombre (y de la mujer), ser contingente y cometer errores. Es algo que olvidamos con frecuencia y que nos pasa una elevada factura. Es bueno recordar de continuo la necesidad de pedir perdón, esperarlo, aceptarlo y agradecerlo, y quizá más necesario aún es el saber pedirnos perdón y perdonarnos.

    Con la fortaleza y la confianza que proporciona el perdón del propio yo se alcanzan las energías necesarias con las que acometer la próxima batalla que, sin duda alguna, antes o después acontecerá. Y en ella no plantearemos una pelea cuerpo a cuerpo entre el yo y la realidad o entre la persona y sus tendencias o condicionamientos. Más bien se tratará de buscar alianzas con el Otro y los otros para conseguir una fortaleza que, siendo necesaria, no poseemos por nosotros mismos.

  2. Hay que aprender a actuar serenamente con independencia de los resultados que se obtengan. Más deben importar el esfuerzo y la constancia que pongamos por intentar hacer de sí la mejor persona posible que el logro de unos objetivos concretos.
  3. Hemos de ser conscientes de las propias limitaciones y capacidades y aspirar al conocimiento propio con la natural desconfianza, pero sin recelos ni despechos.
  4. Al considerar los propios errores conviene hacerlo en un contexto amplio, sin amordazarlos ni tampoco magnificarlos. Hemos de vivir sin miedo a los posibles errores que pudiéramos cometer en un futuro. Prudentes, pero no timoratos.
  5. Gran cosa es el conocer la propia indignidad con la paciencia necesaria, sabiendo que de nada sirve lamentarse, juzgarse o tratarse con dureza. No cabe enfurecerse o encolerizarse porque aquello que se había soñado lograr o vencer ha resultado ser una nueva derrota o sencillamente porque se comprueba una vez más que uno tiene errores.
  6. Gran virtud es la comprensión, la tolerancia y el saber ser indulgente consigo mismo y con los demás. Dejar que emerja, en ocasiones, una cierta compasión respecto de sí no es mala cosa. No es bueno lamentarse, descalificarse, y menos aún con radicalidad y por completo. Independientemente de lo hecho, cada persona, incluido uno mismo, es más digna de amor que de desprecio porque además de lo mucho que tiene de positivo, es única, irrepetible, incognoscible, inabarcable e impredecible.

    En este nuevo horizonte veritativo, es donde emerge la serenidad de espíritu que tolera todo siendo indulgente consigo mismo y con los demás, sin por ello dejar de reconocer o disfrazar los errores propios o ajenos. Es decir, esto es estar en verdad, situación que, en palabras de la mística castellana no es otra cosa que lo que se conoce con el término de humildad.

  7. Comprenderse a sí mismo, incluso en lo que respecta a los propios errores, forzosamente ha de contribuir a adquirir una gran lucidez en relación con las debilidades ajenas, a ser prudentes a la hora de juzgar a los otros, a entretejer el juicio que vaya a hacerse de ellos con los hilos –sutiles pero vigorosos- de la ternura y la prudencia (B-50).
  8. La conducción del propio yo: constituye una empresa dialógica, dinámica e innovadora. En ella se concitan y conviven, al mismo tiempo, el peso del destino y la conciencia del esfuerzo, la confianza y la desconfianza, la dignidad y la humildad, la Autoestima y desestimación, la lucidez acerca del yo y la opacidad de lo misterioso, la seducción y el rechazo, el sobrevalorarse y el infravalorarse, el amor por el hombre y su desdén, el sobrestimarnos cuando nos infravaloran y el infravalorarnos cuando nos sobrestiman. Y en esta dinámica vital, todos aquellos elementos que parecían ser irreconciliables con el propio yo, acaban por serlo y se alcanza el equilibrio y la homeostasis.

    En esa dinámica vital, los valores se convierten en virtudes, en hábitos de comportamiento, en un nuevo estilo vital que optimiza nuestro primitivo talante, ese que ahora queda atrás, ignorante, precario y quizá “patoso” para la vida.

  9. Y en esa alegre y positiva dinámica, no cabe instalación sino crecimiento en sabiduría, en conocimiento propio y en apertura a la trascendencia que es propia de la naturaleza humana.
  10. Sea este decálogo profiláctico y curativo del Anancasticismo aunque, con frecuencia, requiere la actuación del profesional de Salud Mental experto y competente que administre la medicación oportuna antiobsesiva y equilibradora junto a la psicoterapia que aporta las actitudes habituales saludables en las respuestas del paciente.
  11. ¡Cuánto mejora la calidad de vida y la salud de un Anancástico bien atendido! Y corregido o “reconvertido” como suelo decirles en la consulta.

Reflexiones en torno al libro

Por Juan García Pérez. Profesor Universitario en Letras

El libro El síndrome del perfeccionista me parece un gran acierto. Esta publicación pertenece a un tipo de textos que tiende a pecar por uno de dos extremos: o ser excesivamente científicos (y no servir más que para los especialistas), o ser excesivamente divulgativos (y carecer del rigor oportuno). El gran acierto de éste ha sido, según creo, lograr un justo punto medio. Lo que más me ha gustado —y quizás en esto se diferencia también de la literatura más frecuente sobre el tema— ha sido el elogio de la perfección a la que apunta desde su Introducción y que constituye el tema del último capítulo: esto es, el planteamiento de la felicidad (la auténtica “vida buena”, que sabe navegar entre alegrías y sinsabores) como lugar de llegada de toda persona, y también del anancástico, siempre que aprenda a gobernarse.

Pienso que la palabra más adecuada para designar la patología de la que se trata (aunque se presente bajo diversas formas e intensidades) es precisamente ese término culto de “anancasticismo”. El vocablo procede de una raíz de la lengua griega (‘ank-’, reforzada por la preposición ‘aná’, hacia arriba) que usaron los antiguos helenos en palabras como ‘anankázo’ (forzar), ‘anánkasma’ (obligación), o ‘anankastérios’ (forzado), entre otras. Fácilmente se viene a la cabeza otra palabra griega: ‘ánkyra’, que pasó al latín como ancora y vino a dar en español “ancla”. Esta última es también casi onomatopéyica.
Pues bien, la raíz de estas palabras (ancla, anancasticismo) es la misma, y debió de existir hace miles de años en la lengua indoeuropea de la que surgieron el griego, el latín y la mayor parte de las lenguas de culturas actuales. Su significado debió de ser algo así como “curva o gancho”.

Y este es el núcleo de la patología. El enfermo es como una barca anclada en la meticulosidad de su pensamiento, en la reiteración de sus ideas, y a veces de sus acciones, a las que puede verse llevado de manera compulsiva. Es más o menos consciente de esa especial forma suya de ser, pero no puede evitarla. Le hace sufrir. Pero, por otro lado, no piensa en serio que sea una enfermedad. O, si lo fuera, no es posible cambiar; o quizás mejor esto, que ser descuidado; o hay mucha gente así; o sus ideas resultarían tan raras como inconfesables; o, por el contrario, a fin de cuentas no es para tanto, son tonterías, y por eso mejor no hablarlo con nadie. Es típico un afán de seguridad que se da la mano con una desconfianza genérica y que, por otra parte, puede presentarse en personas de muy buenos sentimientos. No es extraño, además, que este individuo hiperresponsable y cumplidor que es el anancástico, sea presa fácil de personas sin escrúpulos en el ámbito social o profesional, lo cual confirma su desconfianza general.

Pienso por eso que la clave para la mejora de estos trastornos está muchas veces en que haya alguien en quien el anancástico confíe plenamente. Detrás de un anancástico bien compensado hay muchas veces un cónyuge generoso, una hija, un magnífico amigo, o un profesional de la salud. Por otra parte, a veces es necesario el recurso a las medicinas. Y ocurre que algunos pacientes (quizás los más difíciles) las rechazan de plano. Para otros, sin embargo, supone un alivio conocer que existen carencias neurológicas de tipo químico —ajenas a la voluntad del paciente— que cursan de manera concomitante con el desorden conductual del anancástico (y de otras patologías cercanas), y que es posible subsanarlas con determinados medicamentos. Lo rematadamente triste sería que no existieran medicinas.

El síntoma más claro con el que comienza la mejoría —bajo mi punto de vista— es la aparición del buen humor. Un buen humor peculiar, no la euforia estentórea, sino la sonrisa ante la vida, ante los propios límites y los de los demás. Este es el camino que lleva al mejor de los síntomas: la capacidad de perdonar y de dejarse perdonar (lo que es distinto, claro está, de dejarse engañar).

Se llega así, a la aceptación de uno mismo, de una misma, tal cual se és. La correcta aceptación de sí mismo no consiste en abandonarse a las tendencias propias naturales (sean perfeccionistas, narcisistas o dominantes), sino comprender que no nos han sido dadas para nuestro mal, sino para nuestro bien, y aprovecharlas correctamente. La base de la curación está en lograr por sí o con la ayuda de otros, una nueva mirada hacia la realidad circundante.

La búsqueda de la perfección, de lo mejor para la propia vida y la de quienes nos rodean, no es un valor negativo, si está convenientemente encauzada, y puede ser fuente de satisfacción y plenitud de vida. Porque, además, entre los temperamentos anancásticos, bien compensados, pueden encontrarse personas maravillosas, competentes profesionales, padres o madres dotados de capacidad de entrega y compromiso, y con una gran sensibilidad para la atención de las necesidades de los demás sin el enorme desgaste, que conlleva la descompensación de la personalidad anancástica. En contra de lo que el anancástico piensa, no es difícil —cuando son conocidos de cerca— que su carácter despierte la estima de quienes le rodean, y que sepan dar y aceptar amistad de manera razonable pero profunda. Consiguen así una fecunda y satisfactoria instalación en su entorno, que difícilmente, cambiarían por una vida de mayor relumbre pero menos gratificante.

Este logro es también —con razón— uno más, de los motivos de satisfacción y felicitación para los profesionales de la medicina que saben, pueden y quieren hacerlo, pese al esfuerzo, y constancia necesarios.

La paciente del Dr Guija

Por Manuel Alvarez. 24-X-2007

En el marco de la Real Academia de Medicina, en la mañana del 20 de Octubre de 2007, coincidí con un gran amigo y compañero de carrera, Jaime Muñoz Conde, pediatra sevillano. Acudía él a un acto profesional de su especialidad y yo al ingreso en ASEMEYA (Sociedad de Médicos Escritores y Artistas) del Dr. Mateo Navajas, como acto de clausura de las III Jornadas de Humanismo y Medicina: Alimentación y Cultura. Dos eventos dispares pero coincidentes por su celebración en la dignísima y sevillana Casa de los Pinelos.

Y en ese cruce de caminos vitales, aludiendo a mi reciente libro “El Síndrome del Perfeccionista: el Anancástico”, Jaime me dice algo así: “Desde que se lo escuché al Profesor Guija, no he vuelto a oír hablar de anancasticismo hasta conocer tu libro”.

Lógicamente, me interesé en la anécdota. Nos sentamos y me contó:
“Recuerdas, Manolo, que mi padre era, por aquellos años, médico de mi pueblo, Fuentes de Andalucía. Y esa relación, unida a mi condición de estudiante de cuarto de Medicina, otorgaba un cierto prestigio sanitario a mi persona. Por eso, unos vecinos acudieron a consultarme su enorme preocupación. Encabezaba la comitiva el marido de Isabel al que seguía la madre, hermanos y vecinos. Y es que Isabel, preocupaba por su conducta anómala y difícilmente comprensible, pero aun más, por lo que el experto había diagnosticado.
Isabel había llegado hasta la consulta del mismísimo Catedrático de Psiquiatría de aquel entonces, el Profesor Eduardo Guija Morales, creador y cabeza de una egregia zaga de psiquiatras en el Hospital de la Macarena.
El Profesor Guija, como recordarás, nos impartió las asignaturas de Psiquiatría y Medicina Legal en aquellos años sesenta.
Pues tras una cuidada consulta con preguntas y observaciones, el Dr. Guija emitió un severo y extraño diagnóstico que, ni la paciente ni el grupo familiar entendió ni recordaba, era -además- una palabra muy rara.
Por eso acudieron a mi, con ansia y solemnidad, para que investigase en el oscuro diagnóstico. Y me arriesgué, con audacia, hacia el solemne despacho del Profesor Guija que me recibió con su habitual majestuosidad. Le expuse el encargo traído desde mi pueblo. Tras consultar la historia, ante mi asombrada ignorancia, el Profesor Guija espetó: Isabel, su paisana, padece un problema del círculo anacástico.
Sin salir de mi extrañeza, transmití el mensaje diagnóstico expresado con tonalidad desdramatizadora a Isabel y su familia, que se tranquilizaron al descubrir que no se trataba de algo grave o enloquecedor como sospechaban por la rareza del diagnóstico y el sufrimiento vivido por la paciente.
Me agradecieron la gestión y el hecho quedó grabado en mi memoria para ser por ti, Manolo, despertado”.

He querido recoger, recrear y escribir esta anécdota que se hace más meritoria por la escasez de citas de la época sobre al Anancasticismo.

A Dios gracias, y a ti Jaime, por hacerme llegar esta ingenua satisfacción profesional y personal.

La Ortorexia

El diario Negocios del día 13 de septiembre de 2007, incluye un buen artículo de Carmen García con un acertado enfoque de un proceso tan novedoso como curioso: la ORTOREXIA.

Es definida como “una de esas enfermedades consideradas de última generación. Este trastorno supone una preocupación extrema por comer lo más sano posible. Un hábito que a pesar de parecer positivo puede convertirse en una obsesión cuando las personas que lo padecen lo convierten en una forma de vida. Las formas de cocinar e incluso, los utensilios para preparar los platos son también controlados de forma exhaustiva, de forma que, el simple hecho de comer, se convierte en todo un problema.

Las carnes y las grasas son sólo algunos de los alimentos básicos que son excluidos de la dieta de estos enfermos, lo que puede derivan en desnutrición, anemia y déficit de vitaminas y minerales.

Estos pacientes realizan, además, auténticas investigaciones para asegurarse de que su dieta es totalmente natural, está libre de pesticidas, sustancias artificiales y conservantes”.

Así es como aparecen estos pacientes por nuestras consultas de psicosomática, endocrinología, psiquiatría y trastornos de la conducta alimentaria.
Desconciertan por su seguridad, su buen porte y racionalidad. Pero pronto, si se sabe descubrir, aparece el perfeccionismo, la personalidad anancástica o el talante obsesivo en su pensamiento, su afectividad y su conducta.

Bien lo expresa el artículo que comentamos cuando dice:
“La psicóloga Natalia García asegura que el origen de estas obsesiones irracionales acerca de la comida están relacionadas con un exceso de información inadecuada y sesgada. Internet se ha convertido en el referente informativo de muchas personas, pero estos datos, interpretados de una manera inconveniente, pueden derivar en trastornos obsesivos importantes. Respecto de la Ortorexia, afirma que este problema, como también es el caso de la anorexia o de la bulimia, en pocas ocasiones se trata de un trastorno alimentario puro. Los síntomas que se presentan van más allá y son reflejo de un trastorno de personalidad y problemas de desadaptación. Para poner solución a este tema, lo primero que hay que hacer es acudir a un nutricionista o a un endocrino, su misión será desmontar las ideas erróneas acerca de la alimentación que han desarrollado estas personas. Después, es conveniente visitar a un psicólogo que a través de terapia cognitivo-conductual, le oriente para modificar esta conducta obsesiva, declara.

Tanto interés tiene este campo de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y, en concreto, la Ortorexia, que tal como dice el texto que comentamos “La Organización Mundial de la Salud alerta que, desde la década de los 80, la población obesa se ha triplicado en los países miembros de la Unión Europea.
El comisario europeo de Sanidad, Markos Kuprianou, ya se ha pronunciado sobre este tema y ha destacado que es un problema prioritario en la política comunitaria, ya que es necesario que los ciudadanos sean conocedores de sus riesgos y de cómo combatirlo.

España es uno de los países en que mayor medida está sufriendo esta tendencia a la obesidad y a la mala alimentación. Entre el 40% y el 50% de la población adulta presenta problemas con el peso. Lo más preocupante de esta situación, es que un 15% de los niños están diagnosticados como obesos.

Si en el tratamiento general de los TCA conviene apoyarse en los factores genéticos, la educación, la dieta, el ejercicio y la comunicabilidad, en el caso de la Ortorexia, el hincapié ha de hacerse sobre la personalidad y la psicoterapia cognitivo-conductual.

El libro que recientemente ha salido a la luz “El síndrome del Perfeccionista: el Anancástico” de Manuel Álvarez Romero y Domingo García Villamisar (edic. Almuzara, 2007) es un buen recurso terapéutico, tanto para el profesional de la salud como para los pacientes afectados por los TCA. En uno de sus capítulos, se aborda, específicamente, la psicopatología, la valoración clínica y el tratamiento famacológico-psicoterapéutico de estas patologías.

Manuel Álvarez Romero
17-X-2007

Anorexia y perfeccionismo

Janet Treasure, profesora de psiquiatría en el King`s College de Londres, se mantiene en su línea investigadora camino de comprender, desde la genética a la clínica, los Trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Dice: “Cuando me formaba en la Fundación Maudsley, había chicas anoréxicas a las que se las trataba poco menos que como si fuesen máquinas con algún tipo de mal funcionamiento. Se había investigado muy poco sobre los trastornos alimenticios y las causas eran todo un misterio para l a mayoría de los psiquiatras. Los servicios sanitarios carecían de tratamiento específicos y éstos se tomaban prestados de otras áreas de la psiquiatría aunque se adaptaban para encajar con las particularidades de las pacientes. Lo que se consiguió fue un acercamiento comodín que ocultó gravemente las verdaderas e increíblemente complejas causas de la anorexia y la bulimia.

Diez años más tarde, trabajando en el Consejo Médico de Investigación, me vi fascinada por la idea de que determinados mecanismos cerebrales podrían contribuir a un entendimiento biológico de los trastornos alimentarios.

Veinte años después, hemos observado un gran cambio tecnológico que nos ayuda a comprender la enfermedad. La posiblidad de descrifrar la secuencia del genoma humano nos ha ayudado a examinar muestras suficientemente grandes de la enfermedad y a observar que el ADN de las afectadas tiene factores de riesgo comunes.

Tanto yo como otros investigadores hemos trabajado mucho para observar estos procesos y, hasta ahora, los estudios nos han hecho llegar a conclusiones muy interesantes que hemos sido capaces de adaptar a programas de tratamiento. Hemos descubierto, por ejemplo, que las chicas con trastornos alimenticios tienen dificultades para cambiar las propias reglas del juego en el que están sumidas, una vez que su cerebro automatiza determinados comportamientos. También sabemos que ven el mundo como si la cámara enfocase un primer plano.

Hemos descubierto que esta deformación en la forma en que se procesa la información, tiene un gran parecido con el espectro autista, e incluso ha sido descrito como la versión femenina del síndrome de Asperger. Los rasgos pueden hacerse presentes durante la niñez, por ejemplo, a través de trastornos obsesivos compulsivos, y ,a menudo, pueden indicar una cierta tendencia al desarrollo de un trastorno alimenticio que se desatará durante la adolescencia.” (Diario Médico, septiembre 2007)

Lo que resulta llamativo y fascinante es la apreciación desde la Medicina Psicosomática de que la clínica corrobora esa correlación genética-psiconeurología-conducta. Y así, desde el conocimiento, valoración y aplicación clínica de los rasgos y condicionamientos.

Estudios familiares
Estas dificultades para cambiar las reglas del juego no son más que una incapacidad para modificar determinadas actitudes o comportamientos de su vida cotidiana, provocando inflexibilidad cognoscitiva y un acercamiento demasiado rígido a la resolución de problemas. Aparece así, un comportamiento excesivamente estereotipado, en el que un cambio de planes a última hora es imposible de lidiar. Esta característica se observa en las pacientes, una vez recuperadas, y en las hermanas sanas de pacientes anoréxicas, lo que indica que este rasgo implica inflexibilidad cognitiva subyacente de los trastornos alimenticios y por lo tanto, un objetivo para posibles tratamientos.
Las pacientes anoréxicas también pueden presentar una débil coherencia central, es decir, tendencia hacia el procesamiento local de información en lugar de valorarla dentro de un contexto más amplio, como ocurre con las personas que presentan trastornos del espectro autista o síndrome de Asperger.
¿Cómo se puede hacer terapia en estos casos? El nuevo modelo de la Fundación Maudsley, se ha instaurado como el mejor, ya que incluye intervenciones que se enfocan hacia rasgos como el perfeccionismo o la rigidez. Es necesario examinar también a otros miembros de la familia, para hacer comparaciones con las características de distintas generaciones que nos permitan una mejor comprensión de los factores ambientales y genéticos y de cómo actúan recíprocamente.
Debe incluirse a los chicos en este tipo de estudios, porque aunque estén más protegidos por los factores culturales, conocer las funciones cerebrales de los casos masculinos puede ayudarnos a mejorar nuestra comprensión de la enfermedad.
Por supuesto, y para finalizar, no podemos olvidar el trabajo sobre los indicadores sociales y culturales que rodean a estos pacientes, ya que actúan como disparadores de los trastornos alimenticios.

Y todo esto es lo que se recoge, prácticamente al pié de la letra, en el Trastorno de Personalidad Anancástico (CIE-10, F 64) descrito por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Así pues, los rasgos de:
– Perfeccionismo y minuciosidad
– Hiperresponsabilidad
– Tendencia al control y la previsión
– Sentido exacerbado de la justicia
– Hiperexigencia consigo y con los demás
– Exagerada atención al qué dirán o pensarán los demás respecto a uno mismo
– Radicalidad, casi todo es blanco o negro, hay pocos grises en la vida
– Anticipación ideativa con tendencia a la negatividad.
– Fácil frustración, vivenciando antes lo que falta por hacer que lo ya hecho
se dan en la mayoría de los casos de chicas que presentan anorexia mental.

El libro “El Síndrome del Perfeccionista. El Anancástico” de Manuel Álvarez Romero y Domingo García Villamisar (edic. Almuzara, 2007), que ya está disponible en librerías, es muy útil como recurso terapéutico para los profesiones de la salud y los pacientes afectados por los TCA. De hecho, uno de sus capítulos trata, específicamente, la sicopatología, la valoración clínica y el tratamiento farmacológico-psicoterapéutico de estas patologías.

Manuel Álvarez Romero
17-X-2007

El libro, una luz sobre el perfeccionismo

Este libro aborda este problema tan común y devastador y, especialmente, su detección y sus posibles soluciones y va dirigido a médicos y psicólogos, padres y educadores, profesores e investigadores y, muy especialmente, a las personas afectadas, conscientes o no, y a sus allegados.

Casi todos conocemos a perfeccionistas como el que se empeña en sacar sobresaliente a toda costa, quien se pasa horas maquillándose antes de salir de casa, el que tarda un siglo en preparar las maletas, el ama de casa que limpia y relimpia sin descanso, el deportista que vive para su marca, aquellos que se desgastan siguiendo normativas sin cuento… Designados como perfeccionistas desde la psicología y como anancásticos desde la psiquiatría, estas personas son portadoras de una genética peculiar y de unos hábitos mentales y conductuales muy concretos que van a perfi lar –si no se les ayuda- una dolorida biografía cargada de lastres, frenos y contradicciones que mermarán significativamente su calidad de vida y la su entorno. Y tantas veces ¡son ellos los últimos en enterarse!Considerado como conducta excesiva y desgastadora, es conocida la influencia del Perfeccionismo enprocesos psicopatolócios y psicosomáticos (Ansiedad, Depresión, Fibromialgia, Obsesiones, Trastornos de la Conducta Alimentaria y de la imagen corporal, las Adicciones, Anomalías de la Personalidad, dificultades en la comunicación interpersonal o familiar, etc…)
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